ASTUDILLO ...
... fué un volante que apareció tímidamente en la década del '70 en la Primera de CHACARITA JUNIORS llegando de las Divisiones Inferiores, que se afianzó en el puesto de "8" y durante varias temporadas se constituyó en titular indiscutido en el equipo superior.
Era un gran jugador y los que hemos tenido la suerte de tratarlo sabemos que, además, se trata de una excelente persona.
Por eso nos alegró mucho la nota publicada a fines de julio del año en curso por 'sanjuan8.com' y que a continuación reproducimos para que la puedan disfrutar quienes visitan nuestro Blog:
"El Goyito Astudillo, de Albardón a la primera de Chacarita Juniors
En Instituto jugó dos años en inferiores. En Buenos Aires -en San Lorenzo-
apenas 4 partidos en sexta. Pasó al Funebrero y de la 7ma, con la chapa de
goleador saltó a Primera. Todavía no cumplía 18 años.
En esa cancha con piso de tierra y salitre negro brotando sobre el área del
poniente, justo donde empezaba el paraje conocido como Las Lomitas en Albardón,
se vio que el Goyito era un jugador diferente.
Tenía 13 años. Jugaba en las inferiores del club Instituto La Laja y más de
uno se acomodaba en las dos lomas -tribunas naturales- que estaban ahí desde los
tiempos de la Creación, para admirar su inmenso talento. Su padre del corazón,
Laureano Astudillo, un zurdo que supo dibujar gambetas como wing izquierdo en la
primera de los Rojos (así le decían a Instituto por el color de su camiseta), en
los años ‘60, lo pensó más de dos veces y un buen día se animó.
Decidió viajar a la gran capital con su hijo, Sebastián Gregorio Astudillo, para que lo probaran como futuro futbolista. Viajaron en segunda clase, sobre duros asientos de tablas, con la plata más que justa y un bolsito para guardar una sola muda de ropa cada uno. Como perdidos en el océano de almas en Retiro, preguntaron dónde quedaba La Candela -donde Boca probaba jugadores- y para allá rumbearon.
Ernesto Grillo, el fabuloso crack de los ‘60, el del gol imposible a los ingleses, lo vio jugar un rato y dio su veredicto. Entre más de un centenar de aspirantes elegía a tres: Trobiani, Tarantini y al sanjuanino. El problema vino ahí nomás. Boca exigía entrenar todos los días y no recibía uno más en la Candela. Como el dinero que llevaban alcanzaba para comer salteado, decidieron ir al otro día a San Lorenzo para volver a tentar la suerte. Y la encontraron.
Ernesto Duchini, un ojo bárbaro para descubrir talentos, lo probó menos de medio tiempo y le dijo que ya era dueño de un puesto en la sexta. Pero… como en el caso de Boca, el Azulgrana tampoco tenía pensiones para alojar chicos del interior. Con el padre trabajando en el Mercado de Abasto y el Goyito (así le decían desde que mamaba), en una metalúrgica y jugando apenas 5 partidos en la sexta, otro viraje de la suerte.
Y de nuevo y de vuelta, la suerte les mostró su mejor sonrisa. Duchini se iba del Santo y dicen que pidió a cambio, llevarse al albardonero como parte de pago. Dicen. Y siga leyendo para comprobar que la suerte les seguía los pasos a padre e hijo. Un catamarqueño que tenía una estrecha casilla de madera en una Villa Miseria en el Bajo Flores, volvía a su provincia y les regalaba el estrecho y precario techo.
Laureano y el Goyito dormían en la misma cama y aparte de una mesita, dos sillas y un alambre para colgar la ropa, como utensilios de cocina tenían nada más que cuatro cosas. Un sartén, una olla, una cafetera y un calentador a kerosene.
En el Chaca la suerte se convirtió en fortuna. De la séptima pasó directamente a la primera como número 8. Fue contra Boca, justamente,cuatro días antes de cumplir las 18 primaveras. Era el campeonato del año 1972. Como volante, las piernas temblando, el corazón latiendo como un bombo, debutaba, frente al club que no pudo o no quiso darle una oportunidad. Y también, frente a Trobiani y Tarantini. Y otra vez, más allá de esa estampa de jugador con exquisito manejo, carita de niño y un montón de rulos, otra vez hay que mencionar la palabra suerte. Clavó un golazo. Y lo festejaron, a 1200 kilómetros, todos los vecinos de Las Lomitas, porque el club Instituto puso altavoces en las calles para que sintieran el partido donde jugaba el hijo dilecto.
El primer albardonero en jugar en la máxima división del fútbol grande de AFA. Pasaron 8 años como indiscutido titular -y capitán, ojo!- de un plantel de club chico que le hacía la pata ancha a todos los grandes en su cancha de San Martín.
A esa altura, el padre estaba de vuelta en Albardón y el hijo vivía en un quinto piso en plena Capital Federal (el padre cuando iba a visitarlo nunca quiso subir por el ascensor) y de vacaciones el joven se iba a su lugar en el mundo. En el verano de 1974, llegó manejando un flamante y reluciente Fiat 600. Era la promesa cumplida del presidente de Chacarita, al mediocampista que también hacía goles fuera del área, por haber entrado entre los cinco primeros de ese torneo.
Quien esto escribe leyó en la desaparecida Goles, que Astudillo no estaba en la selección argentina, por un simple y contundente motivo. Por ser jugador de Chacarita. Con todo listo para pasar al fútbol inglés, un doloroso desgarro le cortó las alas del gran despegue. Después de meses sin mejorías en Buenos Aires, lo curó una señora de Albardón en un puñadito de días. Dejó el Chaca después de 8 temporadas y voló a Chile para jugar en la Universidad Católica, con 25 floridos y vitales años. Nunca se supo qué fue lo que pasó. Pero el asunto es que por decisión de FIFA, titulares y suplentes eran suspendidos para jugar en toda Sudamérica.
Pegó la vuelta y firmó para jugar en Independiente de Neuquén. Debut, triunfo como la primera vez, y puntos perdidos por lo de Chile. El titular del club le dio una mano grandota. Le consiguió trabajo -muy bien pagado- en YPF y casa.
Epílogo. Largó el fútbol. Con 56 años, cerca de la jubilación, un hijo ingeniero, una hija, un nieto de 2 añitos, el Goyito sigue en el Sur pero siempre vuelve para abrazar al padre (la madre murió hace poco). No cambió. Sigue como antes, como cuando pintaba para crack. Simple, puro. Lo que cambió fue la historia. Debe ser el único futbolista del planeta, que saltó de séptima a primera.
Por Juan Romero, para Suplemento VOS. SANJUAN8".
Saludos. Del capitán de River, Alonso, al de Chacarita: el Goyito Astudillo. Capo, del Chaca por 8 años. |
Decidió viajar a la gran capital con su hijo, Sebastián Gregorio Astudillo, para que lo probaran como futuro futbolista. Viajaron en segunda clase, sobre duros asientos de tablas, con la plata más que justa y un bolsito para guardar una sola muda de ropa cada uno. Como perdidos en el océano de almas en Retiro, preguntaron dónde quedaba La Candela -donde Boca probaba jugadores- y para allá rumbearon.
Ernesto Grillo, el fabuloso crack de los ‘60, el del gol imposible a los ingleses, lo vio jugar un rato y dio su veredicto. Entre más de un centenar de aspirantes elegía a tres: Trobiani, Tarantini y al sanjuanino. El problema vino ahí nomás. Boca exigía entrenar todos los días y no recibía uno más en la Candela. Como el dinero que llevaban alcanzaba para comer salteado, decidieron ir al otro día a San Lorenzo para volver a tentar la suerte. Y la encontraron.
Ernesto Duchini, un ojo bárbaro para descubrir talentos, lo probó menos de medio tiempo y le dijo que ya era dueño de un puesto en la sexta. Pero… como en el caso de Boca, el Azulgrana tampoco tenía pensiones para alojar chicos del interior. Con el padre trabajando en el Mercado de Abasto y el Goyito (así le decían desde que mamaba), en una metalúrgica y jugando apenas 5 partidos en la sexta, otro viraje de la suerte.
Y de nuevo y de vuelta, la suerte les mostró su mejor sonrisa. Duchini se iba del Santo y dicen que pidió a cambio, llevarse al albardonero como parte de pago. Dicen. Y siga leyendo para comprobar que la suerte les seguía los pasos a padre e hijo. Un catamarqueño que tenía una estrecha casilla de madera en una Villa Miseria en el Bajo Flores, volvía a su provincia y les regalaba el estrecho y precario techo.
Laureano y el Goyito dormían en la misma cama y aparte de una mesita, dos sillas y un alambre para colgar la ropa, como utensilios de cocina tenían nada más que cuatro cosas. Un sartén, una olla, una cafetera y un calentador a kerosene.
En el Chaca la suerte se convirtió en fortuna. De la séptima pasó directamente a la primera como número 8. Fue contra Boca, justamente,cuatro días antes de cumplir las 18 primaveras. Era el campeonato del año 1972. Como volante, las piernas temblando, el corazón latiendo como un bombo, debutaba, frente al club que no pudo o no quiso darle una oportunidad. Y también, frente a Trobiani y Tarantini. Y otra vez, más allá de esa estampa de jugador con exquisito manejo, carita de niño y un montón de rulos, otra vez hay que mencionar la palabra suerte. Clavó un golazo. Y lo festejaron, a 1200 kilómetros, todos los vecinos de Las Lomitas, porque el club Instituto puso altavoces en las calles para que sintieran el partido donde jugaba el hijo dilecto.
El primer albardonero en jugar en la máxima división del fútbol grande de AFA. Pasaron 8 años como indiscutido titular -y capitán, ojo!- de un plantel de club chico que le hacía la pata ancha a todos los grandes en su cancha de San Martín.
A esa altura, el padre estaba de vuelta en Albardón y el hijo vivía en un quinto piso en plena Capital Federal (el padre cuando iba a visitarlo nunca quiso subir por el ascensor) y de vacaciones el joven se iba a su lugar en el mundo. En el verano de 1974, llegó manejando un flamante y reluciente Fiat 600. Era la promesa cumplida del presidente de Chacarita, al mediocampista que también hacía goles fuera del área, por haber entrado entre los cinco primeros de ese torneo.
Quien esto escribe leyó en la desaparecida Goles, que Astudillo no estaba en la selección argentina, por un simple y contundente motivo. Por ser jugador de Chacarita. Con todo listo para pasar al fútbol inglés, un doloroso desgarro le cortó las alas del gran despegue. Después de meses sin mejorías en Buenos Aires, lo curó una señora de Albardón en un puñadito de días. Dejó el Chaca después de 8 temporadas y voló a Chile para jugar en la Universidad Católica, con 25 floridos y vitales años. Nunca se supo qué fue lo que pasó. Pero el asunto es que por decisión de FIFA, titulares y suplentes eran suspendidos para jugar en toda Sudamérica.
Pegó la vuelta y firmó para jugar en Independiente de Neuquén. Debut, triunfo como la primera vez, y puntos perdidos por lo de Chile. El titular del club le dio una mano grandota. Le consiguió trabajo -muy bien pagado- en YPF y casa.
Epílogo. Largó el fútbol. Con 56 años, cerca de la jubilación, un hijo ingeniero, una hija, un nieto de 2 añitos, el Goyito sigue en el Sur pero siempre vuelve para abrazar al padre (la madre murió hace poco). No cambió. Sigue como antes, como cuando pintaba para crack. Simple, puro. Lo que cambió fue la historia. Debe ser el único futbolista del planeta, que saltó de séptima a primera.
Por Juan Romero, para Suplemento VOS. SANJUAN8".
1 comentario:
Tuve la suerte de conocerlo y tenerlo como compañero y preparador fisico .Una gran persona, un gran recuerdo de èl.Lo trajo Alianza de Cutral Co y no pudo jugar.Asi que se vino a el Club Atletico Plaza Huincul como preparador fisico y luego jugo algunos partidos. Yo tenia 15 años y el una tècnica exquisita, ademàs como ya lo dije una excelente persona.Hace muchisimos años que no lo veo porque a los 18 me fui del lugar.Le deseo lo mejor ,me dejo un ejemplo de humildad para toda la vida.El padre de Solanas que tambien anduvo en el fùtbol grande fue quien le dio una mano en el sur.Aguante Chaca y espero verlos pronto en el fùtbol A.
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